despedidas

Después de la estampida del domingo el pueblo parecía haberse echado a dormir la siesta hasta el próximo diciembre. Pero fue una ilusión óptica, provocada por la masiva ida al carnaval de Castillos. Al día siguiente, curiosamente para lo que se venía viendo en marzos anteriores, los comercios volvieron a abrir, y la Cachimba y Faroles tenía un aspecto desacostumbradamente movido. De todos modos todo llega, y anoche se hizo una simbólica despedida a algunos amigos que se van hoy, o en los próximos días; un "hasta pronto" en forma de cordero, en el parrillero del Club, evento del que les mostramos algunas selectas imágenes.

Hugo San Martín parece asombrarse de la presencia de Sonia en el lugar de los hechos. ¡Como si la gorda se perdiera algún asado! Atrás Mateo se dedica al cordero, mientras más atrás su padre, David (de espaldas), quien se vio envuelto en la función de parrillero, conversa con Osiris. A la derecha de la imagen, también de espaldas, el Lagarto San Martín aprovecha el fuego del parrillero para templar los tambores.

Horacio en un momento de culpa, dándole de probar un explosivo líquido de su invención a Paula, quien fuera una de las principales promotoras del evento.

Paula, el Chino y Mara, posando para la cámara. Seguramente a usted no le resultará difícil deducir cuál de los tres personajes retratados es el Chino, al que mostramos en la siguiente imagen amenazando a la prensa con un arma. Foto que documenta el peligro que encierra la profesión de periodista, aún el de sociales.

Joaquín con cara de planear algo, y Martín con cara de que ya necesita vacaciones. Dos de los titulares del Club este año, y responsables de la nueva (aunque ya lleva tres temporadas) cara que muestra el local.

El Fefo y Néstor luchando con el cordero. O haciendo que luchan, porque las artes asadoras de David hicieron que el animalito estuviera maravillosamente tierno. La célebre máxima de que "al cordero no hay que apurarlo" hizo que la cena fuera algo tardía, pero a nadie le importó mucho el detalle.

Osiris aprovechando el fuego del parrillero. Los tambores aparecieron ya tarde en la noche, y se mandaron un toque ahí mismo, en el quincho, mientras afuera a la lluvia no le daba la fuerza para arruinar la fiesta. Ni el mismísimo diluvio universal hubiera podido.