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Démosle una explicación a este blog. Esto es un diario. El periódico de una localidad. Esa localidad, usted puede conocerla o no, se llama Aguas Dulces y está recostada, perezosa, sobre la costa atlántica de Uruguay, en el departamento de Rocha para ser geográficamente correctos, y a unos ochenta kilómetros de la frontera con Brasil.
Bueno, ya lo ubicamos en el espacio; ahora vamos a ubicarlo en el contexto. Aguas Dulces tiene una población de unos 300 habitantes permanentes, y recibe unos cuantos miles de visitantes en los meses de verano. Esta característica condiciona completamente el ritmo del pueblo. Sus residentes se mueven a través de las estaciones con la precisión de una marea que tiene su punto más alto en la época estival, cuando el pueblo muestra una cara casi de ciudad y la minoría local trabaja febrilmente sabiendo que el invierno va a ser largo. Luego del verano la marea baja, y el pueblo se abandona a una siesta que dura nueve meses. O al menos eso es lo que puede parecer si se lo mira desde afuera.
Una mirada más profunda podría descubrir que es recién al terminar el verano cuando sale a la luz la verdadera esencia del lugar. Los primeros días después de "la temporada", cuando todavía queman los últimos calorcitos y la gente se siente satisfecha por el trabajo recién cumplido, se escuchan frases del tipo "¡voy a hacer esto!", "voy a hacer lo otro!", o "¡mañana mismo empiezo a prepararme para la temporada que viene!". ¡Qué va! A ese "mañana" se lo va a ir empujando hasta diciembre. Esa frase es un residuo de la ansiedad veraniega; un reflejo inconciente que la identidad del pueblo se va a encargar de poner a dormir. La realidad es menos arrolladora.
El lunes posterior a Pascua el pueblo amanece casi solitario en contraste con el día anterior. La gente vuelve a sus casas después de pasarse el verano en una piecita de 2x2 y sin baño, para poder alquilar su casa a los visitantes que traen una inyección económica de la que no se puede prescindir. "Mirá, vieja, rompieron la pelotita de la lámpara" dice uno; "¡Nunca más alquilo con perros!" exclama otro con un pedazo de tapizado en una mano... Pero más allá de las pequeñeces negativas de esos balances, la gente comienza a ocupar sus lugares, no sólo de sus casas, sino de su pueblo. Aguas Dulces comienza entonces a desprenderse del verano que le disfraza su clima plácido y de escala humana, tangible, que ha hecho que muchos nacidos aquí o en los alrededores no se fueran, y muchos que llegamos nos quedáramos. Uno camina por las calles del pueblo ahora casi vacío, para darse cuenta de que, a diferencia de unos días atrás, conoce a todas las personas con las que se cruza. La gente anda por ahí, se ocupa de sus cosas, se encuentra, se desencuentra. La gente se ríe, llora, se emociona. Se preocupa o permance indiferente. Gente nace y gente se muere. Pero nada, y subrayo la palabra "nada", se pierde en el anonimato que se empeña en desarrollar la gran ciudad.
En toda comunidad la gente siente la necesidad de comunicarse, y Aguas Dulces, con sus humildes 300 residentes, no va a dar la nota en contra. Y así nace este diario. Es probable que a un habitante de una gran ciudad nuestras noticias le parezcan medio pedorras. Seguramente, si usted está acostumbrado a los grandes titulares, se sorprenderá un poco ante un periódico que en su sección de fútbol comente el partido de solteros contra casados en vez de la fecha por el campeonato uruguayo, que destaque como uno de los acontecimientos más esperados del año la presencia de ballenas frente a la costa, o que lo más parecido a un accidente de tránsito que pueda reseñar sea algo como aquel día en que Marcos fue tirado de la bicicleta por un perro. Pero es que así es Aguas Dulces, mi amigo. Como dijo un sabio anónimo por ahí: "es lo que hay", y nosotros agregamos: "y es lo que queremos que siga habiendo".
Así que, señora, señor, si lo que está buscando es fuego y sangre va a tener que conseguirse el diario de un lugar más loco. Y si es así, permítanos un consejo... dése una vueltita por aquí, véngase a pasar un par de días a echar un cablecito a tierra. Puede que lo esté necesitando.