lunes, 5 de julio de 2010

uruguay en semifinales, informe desde sudáfrica

¡Estamos en semifinales! Y por fin nuestro enviado a Sudáfrica, Julio Sanatieri, se dignó a mandarnos su primer informe, directo desde el Soccer City a nuestras páginas. Para que reviva usted la victoria uruguaya, en el Aguas Dulces Herald. Aquí se lo dejamos.

Ayer por la tarde concurrimos a un evento deportivo en el denominado Soccer City, como parte de nuestro trabajo para cubrir el evento denominado Campeonato Mundial de Fútbol, Copa Fifa, o algo así. Curioso nombre para un campeonato del juego denominado fútbol, o balón-pié, que consiste en meter la pelota a patadas dentro de un área delimitada por tres palos, y que forman un rectángulo de 7,32 x 2,44 metros, denominados "arcos". Once jugadores intentan por todos los medios meter el balón en un arco, mientras otros once tratan de evitar a toda costa que lo logren, alternándose en las dos funciones descriptas.

Ayer por la noche en Johanesburgo se enfrentaron dos selecciones (se le dice "selección" a un grupo de jugadores escogidos, del total, por una o más personas especialmente para disputar este tipo de eventos), una vestida de amarillo y rojo conformada por un grupo de morenos grandotes, y otra de color celeste, integrada por un variopinto grupo de personas.

Ya desde antes del inicio del partido el espectáculo se instaló en las tribunas, donde simpatizantes de ambas selecciones, más un montón de aficionados sin afiliación aparente a alguno de los equipos en contienda, se manifestaban alegremente por uno u otro contendiente. Había un marcado predominio de simpatizantes del equipo amarillo y rojo. Un curioso fenómeno observado por este cronista era un singular movimiento colectivo de los aficionados en las tribunas, quienes se levantaban simultameante por sectores, elevando los brazos y luego volviendo a sus posiciones respectivas, de forma tal que uno podía seguir el coordinado movimiento colectivo a lo largo de las graderías. El fenómeno, posiblemente se deba a la presencia de algún insecto africano que podría recorrer las gradas, obligando a los asistentes a pararse para esquivarlos. Veremos si podemos averiguar más al respecto.

Minutos antes de las 20:30, un jugador de cada selección leyó una emotiva proclama contra el racismo, siendo primero leída, en español por un jugador del equipo celeste, un rubio que llevaba una banda amarilla en el brazo que lo identificaba como el abanderado de la clase. Remarquemos que la lectura fue clara y prolija, a diferencia de la del jugador del equipo amarillo y rojo que balbuceaba trabajosamente las palabras impresas en el papel. Esto posiblemente se deba a que el equipo celeste viajó con su propio docente: el maestro Oscar Tabárez.

Finalmente, apenas pasadas las 20:30, comenzó la disputa. Rápidamente el equipo vestido de celeste tomó para sí la tarea de intentar introducir el balón en un arco, lo que era del notorio disgusto de la mayoría de los aficionados, que claramente se manifestaban a favor del beneficio de los amarillo y rojos. Poco a poco también el juez del evento empezó a manifestar el mismo interés, y el trámite se invirtió: los amarillo-rojos empezaron a llegar al otro arco, con evidentes intenciones hostiles.

Ya avanzado este período, el rubio que leyó la proclama cayó al suelo con tan mala fortuna que un moreno del equipo contrario, bastante robusto y evidentemente pesado, se sentó sobre su rodilla, lo que motivó que, desde ese momento, su desempeño habitual se viera mermado. Poco después fue reemplazado por un jugador en buen estado.

El asedio de los rojo y amarillos recién dio sus frutos cuando finalizaba el primero de los dos tiempos de cuarenta y cinco minutos pautados para cada encuentro, ya cuando me disponía a beberme una cerveza en espera del segundo período de disputa; un patadón de un moreno introdujo la bola en el arco defendido por el equipo vestido de celeste, para beneplácito de la mayoría de los asistentes, que festejaban la aparente proeza haciendo sonar unas espantosas cornetas de plástico que emitían un sonido sumamente desagradable. Tras la maniobra descripta, el juez llamó a descanso, y los veintidós jugadores se fueron a sus vestuarios correspondientes, la mitad de ellos satisfechos, y la otra mitad no.

Tras quince minutos un tanto aburridos, donde pasaban en dos pantallas enormes las caras de distintos espectadores enfocados al azar por las cámaras de televisión, lo que provocaba la incomprensible alegría de los enfocados, comenzó el que, según yo creía en un principio, sería el último período de juego, estipulado en otros cuarenta y cinco minutos. Ya el equipo vestido de celeste salió con cara de pocos amigos y comenzó a asediar el arco defendido por los morenos de amarillo y rojo. Diversos cronistas apostados a mi alrededor comentaban que el equipo celeste, como siempre al recibir un tanto en contra, experimentó un cambio radical, que lo favorecía enormemente. Uno acá se pregunta: ya que aparentemente siempre pueden hacerlo... ¿por qué no experimentan ese cambio radical ANTES de comenzar cada encuentro, a fin de aprevechar todo el tiempo disponible? Pero bueno, dejemos los análisis a los técnicos, y volvamos a nuestra función de cronistas.

En el entretiempo se produjo una nueva variante entre los celestes; abandonó el campo de juego un jugador bastante alto y desgarbado, y curiosamente entró uno bastante chiquito que se dedicó a enloquecer a los grandotes de amarillo y rojo, burlándolos con evidente facilidad. Esto potenció el ataque de los celestes, que comenzaron a llegar con más soltura al arco en el que intentaban introducir el balón.

El partido transcurría con los permanentes intentos de los vestidos de celeste de introducir la pelota en un arco, bajo los constantes intimidatorios abucheos de gran parte de los espectadores, hasta que, tanto insistir, se lograron los resultados esperados; un rubio muy escurridizo ejecutó un tiro con la pelota detenida. La patada hizo que la bola se elevara por encima de un muro conformado por jugadores amarillo-rojos, y se introdujo en el arco, para desatar la algarabía de los celestes.

En este punto el partido dio un nuevo giro, llevando a los dos equipos a incursionar velozmente con el objetivo de lograr introducir el balón una vez más, cada uno en el arco que le había tocado en suerte. Pero no hubo nuevos éxitos; el encuentro terminó empatado en un tanto por bando, por lo que se decidió seguir jugando otro rato. El nuevo tiempo pautado quedó fijado entonces en dos períodos de quince minutos.

Durante este tiempo suplementario los dos equipos se volcaron con fiereza a intentar lograr la introducción del balón en el arco que les correspondía a fin de definir el juego a su favor. Los de celeste tuvieron sus chances, pero también los de rojo y amarillo, que obligaron a algunos celestes a procurar encarnizadamente quitarles la pelota. En este aspecto sobresalían dos jugadores vestidos de celeste, ambos pelados: uno de ojos claros, alto, que se pegaba constantemente a cualquier jugador rojo y amarillo que tuviera la pelota, y otro de zapatillas blancas, bajito, de no más de 1,40 metros, pero que hacía que los morenos fornidos del equipo de rojo y amarillo, al chocar contra él, experimentaran la misma sensación que sentirían al chocar de frente con una motoniveladora.

Intento a intento de ambos equipos nos acercábamos al final del encuentro sin demasiadas novedades, hasta que sobre el final mismo del tiempo complementario, cuando no quedaba ni un segundo más, un fulminante ataque de los amarillo y rojos puso la pelota en la linea misma del arco defendido por los celestes. En dos ocasiones consecutivas, y en apenas un par de segundos, la pelota fue sacada en la linea misma del gol, primero de cabeza, y luego en una magistral atajada del guardameta Luis Suárez. Incomprensiblemente para mí, esto enfureció sobremanera a los amarillo y rojos, que no pararon de vociferarle en la cara al juez hasta que éste expulsó al arquero Luis Suárez, y marcó un tiro desde un punto pintado justo frente al arco, a favor de los amarillo y rojos. Todo parecía a favor de este equipo: nada se interponía entre el balón y el arco, más allá de otro jugador vestido de amarillo que accionaba a favor de los celestes. Pero el destino, y la mala fortuna de los amarillo-rojos, no quiso que el balón entrara; se estrelló contra el palo más largo de los que conforman el arco, y finalmente se fue afuera, dándose por terminado el encuentro.

Como el partido no podía terminar en empate, y ya nadie quería seguir corriendo a esa altura de la noche, se decidió ejecutar una serie de cinco tiros para cada equipo, desde un punto similar al descripto anteriormente. Un jugador de cada equipo pateaba alternadamente, mientras otro del equipo contrario intentaba evitar que la pelota pasara por debajo de los tres palos. Primero pateó para los celestes el mismo jugador que había logrado introducir el balón en el arco durante el segundo tiempo. Y lo logró de nuevo. Con el mismo éxito se sucedieron alternadamente otros dos jugadores de cada equipo, hasta que el tercer amarillo y rojo que pateó no contó con la misma fortuna; el jugador vestido de amarillo que obraba a favor de los celestes logró evitar el ingreso del balón, lo que motivó un ruidoso festejo de parte de todos los simpatizantes de este equipo. Luego vino otro de celeste que le pegó con tanta fuerza que elevó el balón hasta una altura insospechada, para festejo de los amarillo-rojos. Pero fue poco lo que duró la alegría, ya que nuevamente el jugador de amarillo que beneficiaba a los celestes, volvió a contener el envío de uno del equipo contrario. Nuevo festejo celeste, y el asunto estaba complicado para los morenos grandotes: toda la responsabilidad recaía ahora en un jugador celeste, alto y de curioso parecido a Charoná, al que todos apodaban El Loco. Si este jugador lograba introducir el balon en el arco se daba como ganadores del juego a los celestes. El jugador miró el arco, como restándole importancia, tomó una breve carrera, corrió hasta el balón, y le propinó a éste un curioso golpe, despacito, que hizo que se elevara como en cámara lenta y avanzara con desesperante lentitud hacia el arco. Un espectador a nuestro lado sufrió un infarto, y tres más se desmayaron sin posteriores consecuencias. Pero finalmente la pelota llegó al arco y se introdujo en éste con suavidad, desatando la euforia de los celestes, que así ganaron el juego.

Desmedido festejo, para mi gusto, por lograr una meta tan banal como introducir un balón en un espacio previamente determinado. Pero es un hecho que esto despierta una gran pasión en muchas personas. El equipo celeste jugará nuevamente el próximo día martes, y como ya nos está cayendo bastante simpático, ahí estaremos para contarles a ustedes los trámites de este nuevo juego. Desde Sudáfrica, se despide de ustedes

Julio Sanatieri

2 comentarios:

catering personal chef dijo...

ESTE RELATO: A MEDIDA DE IR LEYENDO, EN LA IMAGINACION, SE VA VIENDO EL PASO A PASO DEL MISMO. UN INFORME SIN DESPERDICIO!!!GRACIAS REALMENTE MUY BUENO. SALUDOS mirta miraglia.

Ariel dijo...

VEO CON BENEPLÁCITO Y FELICITO A ADH POR HABER DECIDIDO CONTAR CON UN CORRESPONSAL IDÓNEO Y -A TODAS LUCES- ERUDITO EN LA MATERIA. A CADA MOMENTO DENOTA SU FORMACÓN PROFESIONAL, PROFUNDO CONOCIMIENTO Y TAL COMO DICEN LOS PSEUDO-PERIODISTAS DEPORTIVOS QUE INUNDAN NUESTRA T.V., TIENE "POTRERO".
... O SERÁ QUE EN REALIDAD ES UN VERDADERO CABALLO?