adiós al cafú

Era un rottweiller de lo más impresionante. La sóla presencia de él en la calle intimidaba a los extraños, aunque jamás se ha visto un perro tan manso. Los niños se le subían encima, andaba siempre entreverado entre la gente, nunca muy lejos de Marcos. No recuerdo que nunca nadie se refiriera a él como "el perro de Marcos". Él vivía con Marcos; era como su hermano. Personalmente teníamos un juego: yo lo agarraba de los cachetes, tironeándoselos, y le gruñía, como peleándolo. Y él me contestaba con un gruñido feroz; parecía dispuesto a saltar sobre mi garganta en cualquier momento. Alguna gente de fuera vio alguna vez este juego, y en la cara se les adivinaba que pensaban que yo estaba loco. Pero era nuestro juego; si estaba sentado en algún lado, Cafú venía y buscaba mis manos con su cabeza, y me gruñía, llamándome a jugar.
Hoy lamento no haber estado ahí, en ese momento definitivo, para un último gruñido. De despedida. Imagino entonces su frase final, en ese idioma casi telepático que mantenía con todos: "Me voy, viejo, pero contento con todo lo que ha sido".