comunicaciones con doble sentido

Habíamos dado un paso adelante. Después de mucho tiempo en que los teléfonos se negaban sistemáticamente para los que vivían del lado de la costa (en el "área fiscal"), finalmente se estaban otorgando sin más trámite que para cualquier otro uruguayo. Como debe ser. Varios fuimos los que nos beneficiamos de la nueva postura de ANTEL. Y todos contentos.
Pero retrocedimos al punto de partida, como en esos juegos en que uno cae en el casillero maldito. Hace unos días un vecino fue alegremente a solicitar su teléfono, luego de haberse mudado a la zona costera. Y sorpresivamente le dijeron que no. Tajante. Y para hacer las cosas un poco más picantes le informaron que el "no va más" para la zona costera había llegado esa misma mañana. Si hubiera ido el día anterior no se lo hubieran negado.
Pero este amigo no se quedó de brazos cruzados. Después de la lógica calentura, y de contarle lo que le pasó a todo el mundo con esa sonrisa que parece decir "no puedo creer que me pase esto", decidió intentar una apelación. Escribió una carta y la elevó a las cúpulas más altas de ANTEL, medida que dio sus frutos; le aseguraron que el teléfono iba a ser autorizado, previa presentación de determinados comprobantes de otros servicios que ya estuvieran otorgados a la casa en cuestión. Pero lo más sorprendente, y gracioso, que en definitiva es el aspecto que siempre más nos interesa, fue la explicación de los motivos de la negativa primaria.
Parece que en Cabo Polonio había un vecino cuya casa estaba en infracción, y tenía ya la orden de desalojo. El hombre tuvo una brillante idea; se fue hasta ANTEL y solicitó el teléfono. Como el organismo estaba aceptando todas las solicitudes le otorgaron el servicio, que se habilitó en un par de días. Pero a nuestro protagonista no le interesaban las posibilidades de comunicación que le brindaba el flamante aparato. No, señor. Lo primero que hizo fue dirigirse a las autoridades que tenían su causa de desalojo y les puso el contrato frente a las narices, argumentando que si el Estado le reconocía la vivienda como para brindarle y cobrarle un servicio, también le debería reconocer el derecho de vivir (o veranear) en ella. Por supuesto la respuesta no se hizo esperar "¿Qué me está haciendo, Antelcito?" fue más o menos el reto que recibió el ente telefónico. Y como a nadie le gusta un coscorrón hizo lo que haría cualquier hijo de vecino: "Ah, ¿están de vivos? Entonces no hay más teléfono para nadie. ¡Y Sanseacabó!"
Aparentemente la medida no sería tan inflexible como habían asegurado en un primer momento. Nuestro vecino, el de Aguas , ya tiene su teléfono, aunque ignoramos cuál fue el resultado para el poloniense. No nos imaginamos que haya dado frutos la original estrategia. Asumamos: la viveza criolla es un mito, o al menos una incierta fama heredada de otros tiempos, cuando éramos capaces de ganar un campeonato del mundo haciendo tiempo poniéndonos la pelota abajo del brazo.